Qori Vallesta, el maestro del violín, memorizó más de 400 canciones referentes a la Danza de Tijeras pero hoy teme morir sin dejar el legado en buenas manos.
Cuando Don Simeón Ortiz Salvatierra tiene que caminar por entre las rieles del tren coge un extremo de su pantalón y lo aleja de su piel, su mirada es firme y en ella refleja una mezcla de sabiduría y tristeza. Todos los días recorre el mismo camino, su casa queda al lado del ferrocarril allá en el frío distrito de Yauli en la provincia de Huancavelica.
Con 37 años de vida artística Don Simeón o “Qori Vallesta”, arco de oro en castellano, ha logrado preservar en su memoria los acordes de más de 400 canciones de la Danza de Tijeras, siendo por ello distinguido como “Personalidad meritoria de la cultura peruana”, el más alto galardón que se puede recibir de manos del Ministerio de Cultura donde le agradecen salvaguardar estas antiguas artes musicales.
Pero el agradecimiento que él quiere es que su música se conserve a través de sus más de 50 alumnos desperdigados por la accidentada geografía huancavelicana, para é,l ellos son el resguardo de esta tradición sin la cual los danzantes de tijeras simplemente no bailarían. “Hacen grabaciones básicas y las venden, con eso nomás practican los nuevos, ya no buscan maestros, piensan que eso es todo”, reniega Don Simeón cuando recuerda que la modernidad ha perdido mucho del encanto de la música de la Danza de las Tijeras.
La sabiduría de su repertorio musical que acompaña a los más grandes danzantes de tijeras lo llevo a recorrer el mundo; en 1992 se fue a Francia con el danzante conocido como “Condenado”, en el 93 viajo con “Lucifer” a Italia y en varias ocasiones viajo a Argentina y Chile para acompañar a los “Jarjarias”. Antes de contarnos sobre sus giras Qori Vallesta aclara que no hizo pacto alguno con el diablo. “Antes se intentaba, yo intente en las cuevas, pero no me ha salido” nos confiesa.
Entonces la conversación se fractura, Qori Vallesta ha tomado su violín y toca con tal sentimiento que nos embruja como si estuviéramos en medio de la despedida del Rasu Ñiti de Arguedas, los espectadores incluyendo a su esposa nos hemos quedado callados.
La música se interrumpe y ya en el mundo terrenal, Don Simeón nos cuenta que unos análisis médicos le han confirmado que sufre de una enfermedad en las venas, esas mismas que conectan con su corazón, desconfía de los diagnósticos que a gritos piden una intervención quirúrgica para salvarle la vida.
A Ortiz el mundo le avisa, pero su corazón no está listo, le preocupa no dejar maestro que conozca sus 400 melodías para hacer bailar a los danzantes de tijeras, sin ellas ¿cómo hubiera bailado el Rasu-Ñiti de Arguedas?
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