El pueblo tradicional de Quinua despierta con un obelisco de 44 metros de alto, recordándose a cada momento, el venturoso nueve de diciembre de 1924; fecha que desde este rincón del Perú trae a la mente la liberación de toda América Latina.
A 37 kilómetros de Huamanga, Quinua despierta con sus callecitas de nombres coloniales y republicanos. Sus artesanos se levantan para seguir moldeando la arcilla de curiosa artesanía. Sin embargo la piedra de Huamanga es la protagonista para la realización de la réplica del obelisco.
Dejando el pueblo atrás y subiendo a la cumbre, las pampas de la Quinua están doradas por este tiempo, época seca. Sin embargo su dorado amerita recordar el escenario histórico de este recinto donde la sangre y la libertad conjugaron sus destinos.
Si cada ichu regado en las pampas, acaso como testigo, contara el histórico 9 de diciembre de 1924, día de la Batalla de Ayacucho, narraría el acontecimiento que puso fin definitivo al dominio colonial español en América del sur. El resultando de la batalla; la Capitulación de Ayacucho.
Luego de la Batalla de Junín, el virrey La Serna junta todos los ejércitos realistas nombrándolos como “Ejército de operaciones del Perú”. El ejército libertador estaba comandado por Antonio José de Sucre, además participaron Agustín Gamarras, Guillermo Miller, José La Mar y otros generales que lucharon con ferocidad. Durante la batalla logran capturar al Virrey la Serna y someter al ejército realista. Al día siguiente, en la casa del Gobernador de Quinua, Bernardo Gutiérrez, se firma la Capitulación de Ayacucho como fin del sometimiento español. La casa en mención todavía existe y se puede visitar el salón donde fue firmado el documento, además hay una réplica del cuadro de Daniel Hernández que representa la firma de la Capitulación de Ayacucho.
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