Considerada un lugar de expresión de los antiguos Kotosh, las cuevas fueron un lugar donde plasmaron su preocupación por la astronomía hace dos mil años antes de cristo.
A mis ocho años La China me llevó a conocer su tierra, “está oscuro” –reclamé cuando bajaba del carro, “hace frío” –agudicé mi reclamo; “en un rato te sacarás todo” -me dijo, mientras me abrigaba con sus brazos, “ya verás hijo que te gustará Huánuco” –me susurraba mientras yo caía rendido en sueño en esa madrugada tibia. Durante el día, me di cuenta que era una ciudad fácil de recorrer y caminando llegué a visitar un museo, un sol me cobraron, creo que fue el primero que visité en mi vida, en aquel entonces no había nada relacionado con pinturas rupestres, lo hubiera sabido, porque en adelante cada vez que pisaba Huánuco, siempre lo visito.
Siempre he estado ligado a la tierra de mis padres, las primeras palabras que oí en quechua fueron ahí, la abuela fue mi primera traductora, ella me explicó el significado de “quilla”. En una de las tantas visitas. Despacio bajaba por el Kotosh cuando una jovencita despeinada me ofreció unas fotografías, creo que sus trenzas atraparon mi atención, y sus ojos claros como la luna despertaron mi interés por las pinturas de nuestros tatarabuelos.
“Quilla Rumi se llama” –me dijo, “queda cerquita” –insistió en su venta, “cinco soles nomás” –y cerró su oferta; yo sumé: la impresión, el papel fotográfico, sus trenzas negras, sus ojos claros y la historia, y no lo valían. Mi madre me había advertido; así que volví con el Freddy; mi compañero de emociones, mi compañero de viaje, mi compañero de colores; “vayamos” –le dije – por los colores claros de la Luna Quilla.
En realidad fueron ocres los colores, tuvimos que caminar una hora y media, tal como nos lo advirtió otra delgada “shukita” sin trenzas, hacia arriba del complejo de Kotosh, hacia su cerro, había una roca media redonda con la forma y la textura de la luna, media gris se veía, “allí debajo está” –nos advirtió la jovencita pata amarilla. Una hora y media caminamos, trepamos; en el camino, las espinas, mariposas, vista de águila y polvo de arena nos alimentaron.
Cansados por nuestra gordura aventurera, llegamos. Debajo de una piedra que parecía una luna cortada, se apreciaban dibujos de seres sacados de una película de extraterrestres. Dejamos el cansancio y con el Freddy nos volvimos ufólogos para tratar de interpretar aquella perfecta expresión. Llamas mezcladas con naves extraterrestres rindiendo reverencias a ojos divinos; por todas partes nos abrazaban preguntas, misterio, emoción, historia de los pobladores de los antiguos Kotosh, que hace 2000 A.C. destacaban sus impresiones en la figura de un pájaro encerrado en círculos concéntricos radiales y decorado con puntos en cada radio; según la apreciación de muchos historiadores, los antiguos pobladores expresaban su preocupación astronómica a través de la pintura en estas cavernas.
Por ratos divisábamos desde los altos, un palco suite quedaba pequeño si lo comparábamos, desde aquí podemos ver el espacio, podemos ver el pasado; desde aquí se observa el paisaje pintado en el alma, desde aquí podemos entender a las estrellas antes que los Nazca, desde aquí pudimos ver el cielo y agradecer a Dios 2000 años antes que cristo. Desde aquí quiero agradecer a La China en la luna por traerme a Huánuco y desabrigarme en sus calles y campos, desde aquí quiero corresponder con un pedazo de luna al Freddy por compartir el cansancio que nos llevó al pasado, que por suerte quedó convertido en piedra.
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