“Despidan en mí un tiempo del Perú. He sido feliz en mis llantos y lanzazos, porque fueron por el Perú; he sido feliz con mis insuficiencias porque sentía el Perú en quechua y en castellano. Y el Perú ¿qué?: todas las naturalezas del mundo en su territorio, casi todas las clases de los hombres.”
‘¿Último diario?’
El zorro de arriba y el zorro de abajo
José María Arguedas
He viajado más de 12 horas para ver leer el “Yactaypiñam kachkani” (Estoy en mi pueblo), de la piedra que trabajara el artista Alejandro Galindo, escrito en la tumba de Arguedas. Aquí, en Andahuaylas, en el Andacho de sus primeros pasos y del esbozo de sus últimos restos. Hace más de 49 años de su disparo, hace más de 10 de su último viaje hasta su morada final. El monumento que lo acompaña, en la calle Martinelli, de cuántas peregrinaciones silenciosas, de cuántas flores, de cuántas romerías, de cuántos violines de despedida y de cuántas interrogantes de qué hubiese pasado si no hubiera muerto; habrá sido testigo y habrá sentido.
Arguedas volvió (o lo han hecho volver) a su tierra, cumpliendo el círculo eterno que algunos están comprometidos a vivir: ser enterrados en el lugar donde uno ha nacido. Marcial Gutiérrez era presidente del club provincial de Andahuaylas en el año 2004. Su único objetivo era el enterrar a José María en su ciudad natal, convencido (por Nelly Arguedas) de que solo allí el Amauta descansaría en paz. Luego de las averiguaciones y gestiones del asunto, el 17 de junio de 2004 la Beneficencia de Lima Metropolitana y Dirección General de Cementerios y Servicios Funerarios emitiría una resolución donde afirmaba que la única en autorizar el traslado de los restos de José María era Nelly Arguedas (su hermana) y no Sybilla Arredondo (su viuda). La exhumación se realizaría el 25 de junio, así iniciaría el retorno. La caravana pasearía por la Universidad Agraria, por la San Marcos y hasta por el Congreso (además de otras ciudades y pueblos). Sin embargo llegaría una carta notarial de Sybilla Arredondo, que al no poder regresar al país, nombró como representante a su hija Carolina Teillier. Ella presentaría un recurso de amparo para detener el viaje.
“No es como decían, que habíamos violentado la tumba. Muchos grupos nos contactaron. Había mucha gente detrás. Lo único que no queríamos era un uso político. Y no le hicimos caso a ninguno. Fue lo que nos pidió la señora Nelly. Por eso nos dio el permiso, no solo porque era su hermana. Así que nos fuimos calladitos ya sin hablar con nadie”, le confesó el mismo Marcial Gutiérrez a la periodista Cecilia Podestá, años después.
El último de sus entierros, el del adiós final a José María Arguedas, sería el 4 de julio de 2004, al costado de un monumento en su honor, entre jarawis y huaynos, entre violines y charangos, entre tijeras y granizo.
El viajar hasta aquí te invita a recordar las quebradas y los ríos de sus cuentos. Pero luego del saludo de respeto y del adiós ha sus restos, al salir de Andahuaylas rumbo a Lima; andarás por el mismo camino que hay entre “Agua” y “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. Solo entonces podrás recorrer su obra en un viaje entero, para conocerlo mejor. Ya que es preciso enfatizar las palabras de Nelson Manrique: “porque si no se trabaja por difundir y desarrollar sus ideas, los héroes culturales terminan siendo fetiches, útiles para las ceremonias oficiales, despojados de lo que los pone por encima de su terrena mortalidad: su rol de guías permanentes de sus colectividades”.
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