
Silvia conoce cuáles de sus cientos de árboles dan las paltas más grandes y diferencia sin dudar sus idénticas variedades.
«Toda esta paltita que usted ve es totalmente orgánica, no lleva nada químico, no conocemos el producto químico, hasta hoy día seguimos con guano de corral», mostró Silvia Morán en sus cultivos cercanos a la comunidad campesina de Huayana, en la provincia de Andahuaylas, en el sur de Perú.
Con su colorida manta andina o lliclla, Silvia carga en su espalda innumerables paltas que cultiva junto con su marido desde hace nueve años.
«Sembramos a distintos tiempos para ir teniendo pequeñas cosechas varias veces al año», explicó mientras subía la colina con sorprendente agilidad con su falda de flores bordadas y zapatos nada adaptados al campo, pero comunes entre las mujeres de la zona.
La agricultora contó cómo hasta antes de la pandemia de covid-19 vendían sus aguacates en ferias y les encantaba hacerlo, pero con las medidas de confinamiento y el paro drástico en sus ingresos, surgió la idea de un sistema que además les hiciera valorar aún más sus productos.
La aplicación móvil Kusikuy, que significa alegría en quechua, une a las paltas de Silvia con consumidores de todo el país que buscan productos orgánicos de calidad y que beneficien a sus productores directos.
Impulsada por el proyecto Agrobiodiversidad de Profonanpe y la Asociación Peruana de Consumidores y Usuario, la mujer ofrece a través de la marca Agrobio productos nativos.
Quinua, trigo, infinitas variedades de maíz o papas, miel o tubérculos que solo crecen a partir de los 3.000 metros, como la oca y la mashua, que tienen propiedades medicinales, están al alcance con la app.
Gracias a los aguacates extra que ahora venden, Silvia y su marido pueden enviar dinero a su hijo de 19 años que estudia ingeniería en Lima «Hoy tengo que mandarle 200 soles para ayudarle a pagar su cuarto (unos 50 dólares)», recordó en voz alta.
Zonas casí vírgenes en comercialización
El día anterior a la entrevista, Silvia llevó 100 kilos de palta fuerte, una de las tres variedades que cultiva, a un tambo, antiguo centro de acopio de comunidades andinas que ahora, con este proyecto, nuevamente funciona para lo mismo.

Junto a ella y su marido, a las puertas del humilde edificio que también sirve para reuniones de vecinos o actividades para niños en Pampapuquio, se forma una discreta fila de agricultores que llegan con sus productos directamente desde sus chacras, campo cultivado, en quechua.
«Son productos que ellos mismos cosechan en sus chacras y los siembran de manera orgánica. Primero garantizan su seguridad alimentaria y luego comercializan para mejorar su calidad de vida y la de sus comunidades», comentó la asesora comercial del proyecto, Rosemary Yábar, tras enseñar a los agricultores congregados cómo empaquetar los productos que traen.
En cajas o grandes bolsas de plástico aún manchadas de tierra, los campesinos llegan al tambo y pesan su trigo, miel o maíz, y se comprueba que el producto está en buen estado. A continuación, lo colocan en bolsas de papel, pegan una etiqueta e introducen en cajas que viajarán a diferentes ciudades del país.
Con este simple proceso, la cadena se reduce al mínimo y se anima a las comunidades a comercializar sus frutos, algo que apenas se daba, ya que se limitaban al autoconsumo y el trueque con otras localidades cercanas.
«Muchos hermanos con este proyecto están empezando a valorar mucho más estos productos, porque anteriormente no le daban el valor necesario», cuenta Yábar, al explicar que el interés de la gente de la ciudad en lo que producen, los anima a aumentar sus producciones y así, sus ingresos.
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